Poesía

 

Poemas málditos

"Fruto del delirio de las horas entre la oscuridad y la llegada de la mañana, antes de la conciencia del día presente, el mundo hecho de asfalto y metal..."

 

Edgar Allan Poe

El día más feliz (The happiest day) -a veces llamado: El día más feliz, la hora más feliz (The happiest day, the happiest hour)- es un poema romántico del escritor norteamericano Edgar Allan Poe publicado en la colección de poemas de 1827 Tamerlane y otros poemas (Tamerlane and other poems).

El día más feliz es uno de los poemas más controversiales de Edgar Allan Poe. Una versión casi idéntica, llamada Original (Original) y escrita por el hermano mayor de Poe,
William Henry Leonard Poe, apareció en la revista North American. Los estudiosos no se han puesto de acuerdo entre las dos hipótesis posibles: que Poe le haya adjuntado el poema a su hermano, y que éste lo haya enviado a la revista, o bien que su autor sea el propio William Poe.

Más allá de estas divergencias, lo curioso de El día más feliz es que sus versos exploran la tristeza por la pérdida de la juventud en una época en la que Edgar Allan Poe servía en el ejército con tan sólo 19 años de edad.



El día más feliz.
The happiest day, Edgar Allan Poe (1809-1849)

El día más feliz, la hora más feliz
Mi marchito y yerto corazón conoció;
El más noble anhelo de gloria y de virtud
Siento que ya desapareció.

¿De virtud, dije? ¡Sí, así es!
Pero, ay, se ha desvanecido para siempre.
El sueño de mi juventud
Mas dejadlo ya desvanecerse.

Y tú, orgullo, ¿qué me importas ahora?
Aunque pudiera heredar otro rostro,
El veneno que has vertido en mí¡
Permanecerá siempre en mi espíritu!

El día más feliz la hora más feliz
Verán mis ojos -sí, los han visto-;
La más resplandeciente mirada de gloria y de virtud
Siento que ha sido.

Pero existió aquel anhelo de gloria y de virtud,
Ahora inmolado con dolor:
Incluso entonces sentí que la hora más dulce
No volvería de nuevo,

Pues sobre sus alas se cernía una densa oscuridad,
Y mientras se agitaba se derrumbó un ser
Tan poderoso como para destruir
A un alma que conocía tan bien.
 

Edgar Allan Poe (1809-1849)
 
 

Charles Baudelere

Al Lector Imaginario


Hablar de lectores, al menos en mi caso, es casi un ejercicio de vanidad.

Confieso que tengo la poco saludable tendencia de imaginar al lector como una especie de ser nebuloso, cuya existencia es, en el mejor de los casos, dudosa; y en el peor, imaginaria.

Afortunadamente, no soy el único en pensar así. Muchos autores (escritores verdaderos, no como yo) han dedicado algunas buenas páginas a esa abstracción que llamamos lector.

Uno de ellos es Charles Baudelaire.

Ahora bien, Baudelaire sabía que no todos sus lectores eran iguales (¿cómo podrían serlo?), que la experiencia de cada uno de nosotros modifica la lectura. Es decir, un mismo libro tiene dos, tres, o infinitas lecturas, las cuales son proporcionales a la experiencia del lector. No es lo mismo leer a Poe habiendo ya conocido a Kafka, que leer a Poe desconociendo alegremente la existencia de un tipo llamado Kafka. Los libros modifican a los libros, y todos están conectados a través del lector.

Baudelaire escribió un poema pensando en el lector, no en la totalidad de ellos, sino en uno en particular, uno que lo aterrorizaba. Su miedo es comprensible, todos los que nos exponemos ante la mirada crítica de los otros, sentimos ese terror atávico y paralizante. Nuestro temor es simple: no lograr conmoverlos, ya que la pesadilla de cualquiera que se dedique a escribir, es imaginar que sus letras son, no ya despreciadas, sino ignoradas.

Creo que Baudelaire sentía esto cuando escribió Al lector, que es simplemente un canto a aquellos corazones que jamás conmoveremos.
 

Al lector.
Charles Baudelaire.


Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan
La mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,
y, como los mendigos alimentan sus piojos,
Nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.

Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,
Con creces nos hacemos pagar lo confesado
Y tornamos alegres al lodoso camino
Creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.

En la almohada del mal, es Satán Trimegisto
Quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntrego se evapora por obra de ese alquímico.

¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A los objetos sórdidos les hallamos encanto
E, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,
Bajamos hacia el Orco un diario escalón.

Igual al disoluto que besa y mordisquea
El lacerado seno de una vieja ramera,
Si una ocasión se ofrece de placer clandestino
La exprimimos a fondo como seca naranja.

Denso y hormigueante, como un millón de helmintos,
Un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas
Y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones
Desciende, río invisible, con apagado llanto.

Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,
No adornaron aún con sus raros dibujos
El banal cañamazo de nuestra pobre suerte,
Es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.

Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza

¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro
Y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;

¡Es el Tedio! -Anegado de un llanto involuntario,
Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
-¡Hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!

Charles Baudelaire.